MUSEO MARÍTIMO

HOLANDA

ENKHUIZEN. HOLANDA

Esta pequeña ciudad de Holanda está construida sobre el Zuiderzee , el pequeño mar interior que quedo formado cuando se terminaron de construir las grandes  represas que nivelan las aguas de Holanda y posibilitan que gran parte del país se encuentre por debajo de los 6 m. del nivel del mar. Se trata de una de las tantas  ciudades típicamente marineras del norte de Europa donde la tradición náutica llega a tal extremo que para ingresar al museo naval viviente se debe hacer, lógicamente, navegando.

Por mi parte creo que se trata de una excelente ocasión para escaparse   de la fascinante Ámsterdam, recorrer los escasos  57  km  que la separan y despuntar el vicio de la vela o, simplemente, navegar para ingresar a un típico pueblo de pescadores de fines del siglo pasado.   Esta pequeña villa  es  mantenida para que la historia siga viva y que uno, sencillamente, pueda introducirse en ella como si se tratase de un viaje al pasado,  como en el cine, pero con la gran diferencia que uno es el protagonista.

No bien se llega a esta ciudad conviene deshacerse  rápidamente del automóvil o el medio de transporte que sea (bicicleta, tren, bus, moto etc.) para dirigirse caminando hasta el puerto. El paseo  transcurre    entre canales con sus pequeños puentes y los típicos frentes de casas que parecen a punto de derrumbarse, por la inclinación que adquirieron,  al ceder sus cimientos por el barro y los siglos. Con la ayuda de la imaginación vamos pensando en que nos  gustaría navegar.

Las posibilidades son múltiples siendo las combinaciones infinitas; desde tomar simplemente una especie de lancha colectivo, como las del nuestro Delta, pero súper modernas; a elegir por un botter o tjalk. En nuestro caso preferimos un pequeño velero de escasos 7 m de eslora, con vela cangreja y dos orzas conocido como ‘jacht’ y que por 20 dls. por cabeza nos llevó   hasta la entrada del museo; por otra parte  nos aclaró que en el minúsculo puerto  de la villa de  pescadores podíamos alquilar otro para continuar navegando o regresar a la estación del ferrocarril. Con botalón retráctil y mástil  plegadizo, la cantidad de cabos que hay que cazar y filar es realmente  impresionante; hasta la jarcia fija es móvil , con obenques y  stays volantes , además de burdas , ságulas varias y cabos para izar cada orza o plegar el timón. Pero en si lo que más nos impresiono fue ver la cantidad de gente navegando en todo tipo de velero aunque el día no se prestaba mucho. Con  lluvias y lloviznas el viento  aparecía como calmaba      totalmente. Aunque se trataba del mes de septiembre, la temperatura no paso de los 14 grados y un cielo gris plomizo nos anunciaba que en cualquier momento podía venir lo peor. Pero como verán en la foto 1 , la falta de motor y viento no fue una excusa para no arribar al museo y luego de un par de horas navegando, más una pequeña caminata practicando la famosa maniobra de la sirga, nos topamos con las chimeneas de los antiguos hornos de cal.

Ni bien pagamos la entrada nos advierten que vamos a  ingresar a una villa que en parte fue reconstruida y el resto restaurada.

Dividida en cuatro sectores por los canales más importantes que la cruzan, lógicamente se pueden navegar si uno lo desea, recorremos una serie de casas de antiguos pobladores  de la periferia del pueblo. El total de construcciones no llega al centenar contando los astilleros, depósitos, fábricas y talleres diversos.

Estas casas pertenecieron a trabajadores del ahumadero de pescados y en cada una de ellas  cuentan la historia de cada familia hasta con detalles tales como que el alquiler abonado en 1906  era de 75 centavos por semana y que el propietario, Willem Kleisen, tomaba el tren a Ámsterdam diariamente, con sus canastos de pescados ahumados para venderlos en el mercado. Con una serie de fotografías uno puede observar cómo era ayudado por sus hijos y comprobar que la esposa después de las tareas de la casa, trabajaba en los ahumaderos. Su  vecino, Cornelis Hogertoorn, era el dueño de uno de esos ahumaderos, allá por el 18 pero en el 26 prefirió vender la planta para dedicarse a la pesca.

Así podríamos seguir casa  por casa,  familia por familia, pero lo más interesante de esto es que en las casas uno se siente como si todavía estuviesen habitadas. En realidad algunas lo están, pero en las que no lo están se    pueden sentir sensaciones diversas como si estuviese viviendo una familia ya que se preocuparon de colocar sistemas de sonidos y hasta de olores típicos de la casa y al trabajo que se ocupaban sus integrantes. En algunas, la mesa está recién servida para 4 comensales  mientras las pequeñas mascotas juegan    en las otras habitaciones. Las piezas ostentan hermosos floreros y en las cocinas se pueden ver sobre las mesadas alimentos  que alguien dejo como si hubiese salido corriendo por algún extraño  motivo. Escenas similares se repiten por todas partes hasta que pasando por una antigua carpintería nos damos cuenta que están trabajando en serio y ella funciona comercialmente al igual que hace 200 años atrás. Lo mismo sucede en la lavandería a vapor que con su única lavadora, centrifugadora y secadora  continua en actividad  aunque ahora no sea una de las industrias básicas de la villa.

A la farmacia la convirtieron en un típico drugstore norteamericano  pero todavía conserva el antiguo laboratorio. Los dos restaurantes y tres coffee shops son nuevos pero funcionan en edificios que no se han tocado: como el establo, la casa del bioquímico y  parte de una granja; casi todos alrededor de la capilla que ocupa el lugar de la plaza central.

Algunos otros negocios siguen funcionando como antaño, ellos son la panadería, el almacén, la fiambrería y una boutique. En los primeros se puede apreciar, además de lo que se compra para hacer un picnic, como eran las antiguas balanzas, pesas, medidas y envases. A la boutique, en cambio, la convirtieron en un  lugar donde uno puede dejar su calzado  del año 2000 y ponerse unos típicos zuecos de madera o cambiar todo  el vestuario. A los  niños además de los trajes típicos se le dan juegos de aquella época, como los zancos, el juego del aro para hacer rodar corriendo con los zuecos y  las varas para lanzar argollas. Por los canales pasean  distintos tipos de embarcaciones rodeados de patos de todos los colores   y en la granja se ve como  ordenan manualmente al par de vacas lecheras mientras los cerdos y los caballos comen tranquilamente.

Tanto la velería como la fábrica de toneles están en actividad, realizando las tareas   en la forma tradicional. Caminando hacia el último horno de ahumado de pescado   todavía en funcionamiento, pasamos por la mimbrería donde dos hombres se dedicaban a hacer trampas para langostas.  Muy cerca del molino de viento, que bombea     el excedente de agua de los canales de la villa, está el horno y la venta de pescado ahumado, fresco o seco. Sinceramente creo que es un punto donde cualquier persona vinculada al mar puede entrar en clímax. Por solo unos centavos se pueden ir comiendo los exquisitos filetes a medida  que los van retirando del horno. Es muy lindo para sacar fotos, el único inconveniente es que el aroma  a pescado ahumado es muy persistente y nos duró por varios días, allí comprendimos el extraño olor de las casas.

Sin entrar en detalles y para llegar al puerto y astillero de típicos barcos holandeses de madera se debe pasar por la juguetería, la herrería, el correo y la dulcería, todos en funcionamiento.

Cerca del puerto pasamos por un sitio donde vimos distintos tipos de redes y cabos colgando de palos, el lugar es conocido como ‘Tanning’ . Este establecimiento se dedica, como antes de la aparición de las fibras sintéticas, a preservar, por distintos medios, la cabuyería necesaria en todo barco y las redes de pesca. En la actualidad lo hacen con alquitrán pero también emplearon métodos  como  el de preservar con el tanino obtenido de la corteza de roble o con resinas de acacias importadas de la India.

Ya en el astillero uno de los más hermosos panoramas es  deleitarse con los distintos tipos de ‘blazer’ (veleros de pesca) meciéndose en su amarra. Pero unos pasos más  y   se llega al gran museo cubierto. En él, además de varias decenas de embarcaciones con sus respectivos aparejos, está el museo de los balleneros que tiene desde una típica carpa usada como base en el Ártico, montada sobre hielo y todo,  además de una sección de unos 10 m. de la parte transversal de un barco ballenero del siglo XVIII en tamaño natural,  con sus distintas cubiertas y pertrechos. Me olvidaba,  tenga cuidado porque se mueve al compás de las olas proyectadas en los ojos de buey, persiguiendo una ballena que va a ver hacia proa; pero esta es otra historia. Buena suerte y no dude que vale la pena poder vivir, aunque sea unas horas, en otra época.